El otro día, en el laboratorio, diseccionamos un ojo de cordero.
Primero, le quitamos toda la carne que tenía con un bisturí para encontrar el nervio óptico. El nervio era blanquecino y estaba lleno de sangre.
Más tarde, partimos el ojo por la mitad para sacar el cristalino. A muchos les salió mal y explotaron el ojo o se les salió el líquido negro de la pupila. A Eugenia le salió bien y si ponías el cristalino encima de una hoja con letras se podía leer lo que ponía.
Al principio me dio un poco de asco, pero luego me gustó. Además, me parece muy interesante ver en la realidad lo que estudiamos en los libros.

Irene C.